Lo confieso. Suele sucederme con cierta frecuencia. De hecho, para ser exacta (dado que se trata de una confesión y, como dicen, hay que largar el sapo) lo sufro todos los meses. Adoro comprarme ropa. Y no sólo se trata de ropa... maquillaje, cremas (se trata de mi nueva obsesión, será que estoy por cumplir treinta y siento que la edad se me viene encima), cds, carteras, zapatos (no tanto) y, en especial, libros. Tanto en ropa como en libros puedo llegar a gastar fortunas. Me es inevitable caminar delante de la vidriera, por ejemplo, de Ayres o Vitamina y no entrar. Y, entonces, claro, la perdición, tanto de dejarme llevar por el deseo de esa camisa divina que, en ese momento, me resulta de lo más indispensable (en mi cabeza, los razonamientos dejan de serlo y concluyo en verdades completamente ilógicas, dado que en mi placard abundan toda clase de camisas, las adoro), como la perdición de mi cuenta en el banco y de mi pobre tarjeta de crédito ya desmagnetizada de tanto uso. Lo mismo con los libros, cerca de casa tengo una librería chiquita, que, al parecer, comparada con los grandes almacenes literarios, uno pensaría que no tienen nada, sin embargo, sucede todo lo contrario, los tienen todos, escondidos en la parte de atrás a la que muero por escurrirme algún día. Los vendedores ya me conocen, comienzo por aquel libro que iba a buscar... Mientras lo traen, me doy un paseo por el pequeño espacio repleto de literatura e inicio la tarea de hojear aquellos que me llaman a conocerlos. Por supuesto, la compra termina siendo de cuatro o cinco libros que concluyo, una vez más, me parecen indispensables en mi formación literaria. Sólo novelas, por supuesto. Me aburren un poco los ensayos, salvo los novelados, odio las novelas históricas y aborrezco aquellos textos que, aprovechando el boom de El Código Da Vinci (me encanta afirmar con orgullo que nunca estuvo entre mis manos y que me quedé dormida durante la película), copiaron la temática y se dedican a escribir novelas místicas con un supuesto aire de verdad histórica e inapelable. Regresando al tema que nos ocupa (qué intriga, ni siquiera sé hacia dónde estoy yendo), salgo de Caleidoscopio (así se llama la librería) con un stock de libros para un par de meses. El problema, claro, es que siempre alguien te recomienda una novela que te va a encantar o lees una entrevista a un autor que te parece fascinante y al poco tiempo, regreso a la librería buscando la novela en concreto y trayendo un nuevo stock de libros que quien sabe cuándo leeré.
Después de tan larga introducción, y luego del fabuloso descubrimiento del homebanking (fabuloso cuando es primero de mes y ves tu sueldo entero depositado y terrible cuando contemplo la cuenta de la tarjeta con sus compras de 12 cuotas que nunca se terminan), me enteré de la cantidad de puntos superclub que tenía que, por supuesto, debido a la suma de gastos, contaba con los suficientes como para canjear un secador de pelo (lindo, enorme y potente). Esa era la idea, el sábado me fui al Village (allí canjean los puntos) y adquirí mi ya adorado secador de pelo. Sin embargo, lamentablemente, como todas saben, en planta baja se encuentra la librería Cúspide, con sus amables y tentadoras góndolas, sin vendedores que te ataquen y con todo el tiempo del mundo para recorrer cuanto quisiera. No hace falta relatar la lista de libros adquiridos, aunque sí, encontré una serie de pequeñas novelas muy simples pero divertidas que me resultó fascinante. Quizás quienes afirman que el comprar se debe a un vacío emocional tengan razón, pero es mejor llenarlo adquiriendo cosas útiles e inútiles, que apelando a otros sistemas peligrosos, por ejemplo, para la salud. La serie de libritos de bolsillo se llama “Loca por las compras”, y por supuesto, quienes me lean habrán adivinado la razón de mi identificación con la protagonista. La autora, Sophie Kinsella (al parecer es un psuedónimo), ironiza sobre las aventuras de Rebecca, una joven periodista frustrada, soltera, sin demasiadas expectativas en el horizonte que padece el síndrome de consumidora compulsiva y no tanto, adquiere cosas construyendo ridículas e increíbles estrategias. El relato es ameno y sencillo, traducido a un gallego que también hace gracia, sin pretensiones de profundidad ni reflexiones filosóficas. Resulta divertido con interesantes observaciones de mujeres como nosotras y situaciones que a muchas nos identificarán completamente. La serie continúa con “Loca por las compras prepara su boda”, “Loca por las compras tiene una hermana” y “Loca por las compras en Manhattan”, todavía no comprobé si siguen un orden secuencial. Además de otros libros, no es necesario aclarar que en un arranque de temor por no encontrarlos en otra ocasión, decidí llevarlos todos... Y ahora, sólo me dedico a evitar ver la suma de mi tarjeta de crédito de agosto... que, desde ya, me aterra...
Después de tan larga introducción, y luego del fabuloso descubrimiento del homebanking (fabuloso cuando es primero de mes y ves tu sueldo entero depositado y terrible cuando contemplo la cuenta de la tarjeta con sus compras de 12 cuotas que nunca se terminan), me enteré de la cantidad de puntos superclub que tenía que, por supuesto, debido a la suma de gastos, contaba con los suficientes como para canjear un secador de pelo (lindo, enorme y potente). Esa era la idea, el sábado me fui al Village (allí canjean los puntos) y adquirí mi ya adorado secador de pelo. Sin embargo, lamentablemente, como todas saben, en planta baja se encuentra la librería Cúspide, con sus amables y tentadoras góndolas, sin vendedores que te ataquen y con todo el tiempo del mundo para recorrer cuanto quisiera. No hace falta relatar la lista de libros adquiridos, aunque sí, encontré una serie de pequeñas novelas muy simples pero divertidas que me resultó fascinante. Quizás quienes afirman que el comprar se debe a un vacío emocional tengan razón, pero es mejor llenarlo adquiriendo cosas útiles e inútiles, que apelando a otros sistemas peligrosos, por ejemplo, para la salud. La serie de libritos de bolsillo se llama “Loca por las compras”, y por supuesto, quienes me lean habrán adivinado la razón de mi identificación con la protagonista. La autora, Sophie Kinsella (al parecer es un psuedónimo), ironiza sobre las aventuras de Rebecca, una joven periodista frustrada, soltera, sin demasiadas expectativas en el horizonte que padece el síndrome de consumidora compulsiva y no tanto, adquiere cosas construyendo ridículas e increíbles estrategias. El relato es ameno y sencillo, traducido a un gallego que también hace gracia, sin pretensiones de profundidad ni reflexiones filosóficas. Resulta divertido con interesantes observaciones de mujeres como nosotras y situaciones que a muchas nos identificarán completamente. La serie continúa con “Loca por las compras prepara su boda”, “Loca por las compras tiene una hermana” y “Loca por las compras en Manhattan”, todavía no comprobé si siguen un orden secuencial. Además de otros libros, no es necesario aclarar que en un arranque de temor por no encontrarlos en otra ocasión, decidí llevarlos todos... Y ahora, sólo me dedico a evitar ver la suma de mi tarjeta de crédito de agosto... que, desde ya, me aterra...
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