Antes que nada, debo aclarar que el libro que comentaré en esta ocasión no es apto para quienes estén atravesando un momento difícil. Si los cristales con que observás la realidad, al menos, la tuya, no se encuentran en las mejores condiciones, te aconsejo que evites la lectura de este texto. Por excelente, a mi juicio, que sea, no resultará conveniente para aquellas que no encuentren más que oscuridad a su alrededor. Para ellas, será preferible una lectura divertida, como La loca de la casa, obra ya comentada en mi anterior entrada.
Ahora bien, si los últimos días soleados y con menos frío (afirman los que saben que semejantes temperaturas no se daban desde hace más de 45 inviernos) te provocan la sensación de una primavera que se acerca (como diría Crónica, “faltan 42 días para el comienzo de la Primavera”, si no hice mal las cuentas) y que te recuerda la fragancia de los tilos en el aire, las posibles y odiosas alergias (soy una damnificada), los colores y las novedades de la moda de la nueva temporada, los pies libres en sandalias y las polleras que se levantan en esquinas, entonces, tu estado de ánimo te permitirá leer esta obra sin que pueda llegar a afectarte lo suficiente. La idea no es ponerse triste, sino reflexionar sobre el sufrimiento del otro, la miseria, nuestra realidad y el efecto inmune que sentimos al contemplar el dolor a diario.
Quienes hayan visto la película “Los niños del hombre”, encontrarán similitudes entre el film y la obra del grandioso Paul Auster, “El país de las últimas cosas”. Si bien la película no hace alusión en sus créditos a este libro, según mi humilde interpretación, se inspira en la miseria de un mundo dominado por el caos, el hambre, la pobreza, la desesperación y la muerte.
Escrito en primera persona, las páginas del texto se basan sobre una carta que la protagonista escribe a su novio desde una ciudad sin nombre, a la que Paul Auster define como el país de las últimas cosas. Allí, todas las especies se encuentran en un proceso de veloz extinción. La muerte se constituye como la dueña del lugar, del cual, parece imposible escapar. Pero no es esa la cuestión central, el huir, sino que, Anna, se encuentra allí para buscar a su hermano William.
La carta es una descripción de lo que sucede en una tierra devastada que comienza afirmando “Estas son las últimas cosas. Desaparecen una a una y no vuelven nunca más”. Todo cambia de un día para otro. La gente ya no se ocupa de trabajar, sino que simplemente se limita a sobrevivir buscando comida entre la basura, que suele vomitar pocos minutos después. Allí todo es peligroso, caminar resulta una verdadera aventura e incluso dar la vuelta a una esquina puede generar una muerte repentina.
El escenario se presenta de tal forma desgarrador que la protagonista escribe “cuando la fe desaparece, cuando comprendes que ni siquiera te queda la esperanza de recuperar la esperanza, entonces te dedicas a llenar los espacios vacíos con sueños, pequeñas fantasías y cuentos infantiles que te ayuden a sobrevivir”.
Sin embargo, además de la historia que vive Anna con sus respectivos sufrimientos y situaciones de intenso dolor en la búsqueda de William, una de las narraciones que más me impresionó fue la referida a aquelos que, en cambio de intentar sobrevivir, prefieren morir. Bajo distintas sectas agrupadas casi como religiones, sus miembros se afanan en morir de las más diversas formas. Por ejemplo, los corredores que corren en grupos gritando hasta caer de agotamiento, con una muerte segura e instantánea. Otros, prefieren la muerte en solitario, buscando morir en segundos y que su acto de supuesta libertad se constituya casi en una expresión artística.
Auster también describe la realidad que hoy en nuestra Argentina denominamos como cartoneros, allí también los hay, juntan lo que sea y pelean hasta la muerte por su correspondiente carro y objetos.
En fin, la realidad que el autor relata no es otra que la miseria que sufrimos en nuestro mundo llevada a su extremo. Anna, la heroína de la narración, se pregunta qué pasaría si dejásemos que todo se derrumbara y luego veamos qué queda. “Tal vez sea la cuestión más interesante de todas: saber qué ocurriría si no quedara nada y si, aun así, sobreviviríamos”.
Ahora bien, si los últimos días soleados y con menos frío (afirman los que saben que semejantes temperaturas no se daban desde hace más de 45 inviernos) te provocan la sensación de una primavera que se acerca (como diría Crónica, “faltan 42 días para el comienzo de la Primavera”, si no hice mal las cuentas) y que te recuerda la fragancia de los tilos en el aire, las posibles y odiosas alergias (soy una damnificada), los colores y las novedades de la moda de la nueva temporada, los pies libres en sandalias y las polleras que se levantan en esquinas, entonces, tu estado de ánimo te permitirá leer esta obra sin que pueda llegar a afectarte lo suficiente. La idea no es ponerse triste, sino reflexionar sobre el sufrimiento del otro, la miseria, nuestra realidad y el efecto inmune que sentimos al contemplar el dolor a diario.
Quienes hayan visto la película “Los niños del hombre”, encontrarán similitudes entre el film y la obra del grandioso Paul Auster, “El país de las últimas cosas”. Si bien la película no hace alusión en sus créditos a este libro, según mi humilde interpretación, se inspira en la miseria de un mundo dominado por el caos, el hambre, la pobreza, la desesperación y la muerte.
Escrito en primera persona, las páginas del texto se basan sobre una carta que la protagonista escribe a su novio desde una ciudad sin nombre, a la que Paul Auster define como el país de las últimas cosas. Allí, todas las especies se encuentran en un proceso de veloz extinción. La muerte se constituye como la dueña del lugar, del cual, parece imposible escapar. Pero no es esa la cuestión central, el huir, sino que, Anna, se encuentra allí para buscar a su hermano William.
La carta es una descripción de lo que sucede en una tierra devastada que comienza afirmando “Estas son las últimas cosas. Desaparecen una a una y no vuelven nunca más”. Todo cambia de un día para otro. La gente ya no se ocupa de trabajar, sino que simplemente se limita a sobrevivir buscando comida entre la basura, que suele vomitar pocos minutos después. Allí todo es peligroso, caminar resulta una verdadera aventura e incluso dar la vuelta a una esquina puede generar una muerte repentina.
El escenario se presenta de tal forma desgarrador que la protagonista escribe “cuando la fe desaparece, cuando comprendes que ni siquiera te queda la esperanza de recuperar la esperanza, entonces te dedicas a llenar los espacios vacíos con sueños, pequeñas fantasías y cuentos infantiles que te ayuden a sobrevivir”.
Sin embargo, además de la historia que vive Anna con sus respectivos sufrimientos y situaciones de intenso dolor en la búsqueda de William, una de las narraciones que más me impresionó fue la referida a aquelos que, en cambio de intentar sobrevivir, prefieren morir. Bajo distintas sectas agrupadas casi como religiones, sus miembros se afanan en morir de las más diversas formas. Por ejemplo, los corredores que corren en grupos gritando hasta caer de agotamiento, con una muerte segura e instantánea. Otros, prefieren la muerte en solitario, buscando morir en segundos y que su acto de supuesta libertad se constituya casi en una expresión artística.
Auster también describe la realidad que hoy en nuestra Argentina denominamos como cartoneros, allí también los hay, juntan lo que sea y pelean hasta la muerte por su correspondiente carro y objetos.
En fin, la realidad que el autor relata no es otra que la miseria que sufrimos en nuestro mundo llevada a su extremo. Anna, la heroína de la narración, se pregunta qué pasaría si dejásemos que todo se derrumbara y luego veamos qué queda. “Tal vez sea la cuestión más interesante de todas: saber qué ocurriría si no quedara nada y si, aun así, sobreviviríamos”.
3 comentarios:
No lei este libro de Auster pero si lei todos los demás, comenzando por trilogia de Nueva York para seguir su recorrido. Vi los niños del hombre y también me gustó mucho asi que sin duda seguire tu consejo... y cuando el momento sea el adecuado leere el libro... Muy buenos los post, felicitaciones
Mil gracias por el halago!!!! He leído varios de Paul Auster, uno, muy cortito, llamado "El cuaderno rojo", es ampliamente recomendable, allí, creo yo, que comienza con uno de sus temas preferidos, el azar...
Me considero casi fan de Paul Auster, pero no pude terminar este libro. La verdad es, leyéndolo, me enfrenté a una mezcla de sensaciones... Por un lado, no poder soltarlo por lo bien escrito y por el otro -que pesó más en mi caso- una especie de tristeza y opresión en el pecho. El intento de leerlo fue justo cuando comenzaba el fenómeno de los cartoneros en BA y me resultó muy fuerte. Lo que Paul describe al principio, se parece bastante a esa ciudad de crisis...
Si no leíste nada de Auster, te recomiendo arrancar por Leviathan.
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